viernes, 24 de abril de 2015

Entrar en la quietud y el silencio






Como si de un oleaje se tratara nos pasamos la vida tratando de remar o de montar en nuestra tabla de surf para no caernos y adentrarnos en la mar con su silencio celestial y bestial.  Desde pequeños nos enseñan que hay que luchar, que hay que esforzarse, que hay que contraponerse a la corriente y seguir adelante, y si te tiras en la cama a tan sólo observar los puntos que hay en el techo de tu habitación toda la maquinaria social te invita a que salgas, a que viajes, a que leas, que no permanezcas quieto un segundo porque la vida se va.

¿Y si fuéramos capaces de habitar el silencio? ¿De permanecer en la quietud?  Subirnos a la cornisa que separa la acción constante con el vacío de ser, y no más. El vértigo es grandioso, qué dirán de mí si tan sólo me siento a contemplar mi interior sin juicios, sin ideales, sin pensamientos. Leyendo a Pablo D'ors estos días me doy cuenta que voy en ese camino, y me gusta transitar la respiración que cada día me conecta con el silencio y la quietud.

Silencio y quietud, no viajes, no cursos, no libros ni películas interesantes, no proyectos e ideales, no metas, tan sólo "ser" con lo que hay, aquí y ahora.

miércoles, 22 de abril de 2015

El teatro, el comienzo de una sanación.


                                



Estreno blog, y como si de una obra de teatro se tratara elijo la ropa apropiada para el evento, un calzado que me guste, el peinado que me sienta bien, la cara limpia de la mañana, la música con la que hacer la entrada estelar al escenario de las palabras; cierro los ojos, respiro, bajo los hombros, relajo y entro... Los dedos comienzan a moverse por inercia y el cuerpo se manifiesta a través del teclado, la mente pasea por las ideas, las emociones confluyen en el texto, la maquinaria se ha puesto en funcionamiento, el movimiento me ha llevado a la acción y aquí me veo, en un espacio en blanco que se va tiñendo de formas y garabatos que quieren expresar desde dentro de mí.  

Nuestra relación, la del teatro y la mía, se remonta a algunas décadas atrás en el gran país que queda al lado del paísito, en calles llenas de baches, con multitudes que pisan tus pies día a día en subtes, colectivos y trenes, donde los taxis son negros y amarillos y las bocinas de los coches el sonido constante de la ciudad. Esos años en que los granos poblaban la piel de mi rostro, donde los caminos se cruzaban y se tergiversaban día si y día no, aquella morenita que no quería  dejar de ser niña pero que al mismo tiempo sentía una gran curiosidad por la vida adulta, los signos de preguntas se plantaban en mi cabeza desde que sonaba el despertador de la mañana hasta que me dormía escuchando en la radio poemas y relatos de oscuros y malditos autores.  Nada nuevo bajo el sol, en los 16 o 17 años que llevaba mi vida en este mundo nació la necesidad de gritar al mundo que no entendía el mundo, que me dolía el mundo, que quería llorar el mundo, sangrar por sus venas tanta desdicha que se desparramaba a mi alrededor.  Buscando ese espacio aterricé en un escenario, como si de una persona decidida a triunfar se tratara rellené mi solicitud, la firmé, la entregué y me llamaron.  Ahí comencé a sanar, mi mundo por lo menos, que ya era bastante.  
Esos viajes de una hora en colectivos atestados de personas que dejaban ver por sus rendijas grandes tristezas, grandes desilusiones y fracasos, me servían para observar, para nutrirme, para querer ver qué podía mostrar yo en un espacio diminuto con luces que me enfocaban, y qué podía hacer para concienciar de que otras formas de vida eran posibles. La sanación seguía su curso. 

No importaba el cansancio acumulado, las horas de trabajo, las horas de estudio en la Universidad, estudiando paralelamente otra carrera, sólo sabía que llegaría al pequeño espacio oscuro y los mundos absorbidos en varios días se develarían delante de los focos, y como si de una catarsis se tratara comenzaría a transitar por otra dimensión, de expresión, de escucha, de conexión conmigo y con los demás, con la necesidad de contar una historia con la cual alguien en algún punto se identificaría. 

Los primeros pasos en el teatro me habían llevado al "hospital de mis emociones y de mis ideas".  Ya tenía un espacio donde llorar el mundo, gritar el mundo, sangrar el mundo para que en los aplausos finales de los compañeros encontrara la salud tan ansiada por esos días.  Gracias TEATRO  por recorrerme y haberme traído a este lugar.